“Safwan bin Al Mu’at-tal Al Sulami Adh-Dhakwani quedó rezagado de la marcha del ejército y al amanecer llegó hasta el lugar donde me encontraba; al ver la silueta de alguien acostado llegó hasta mí; él me había visto antes de que se imponga el velo. Yo me desperté cuando lo oí diciendo: {¡Somos de Al-lah y a él retornaremos!} [Corán 2:156] (Esta es una frase del Corán que se usa desde esa época para consolarse de una desgracia). Safwuan hizo bajar a su camello y descendió; luego lo inclinó más y poniendo su pierna me hizo subir sobre el camello. Partimos y él caminaba sujetando la brida del camello, hasta que alcanzamos al ejército que había hecho un alto para descansar al mediodía. Entonces, se arruinó quien tenía que arruinarse (algunas personas empezaron a calumniarme acusándome de adulterio), y el que realizaba las acusaciones con más ahínco era ‘Abdul-lah Ibn Ubai Ibn Salul. Cuando llegamos a Medina enfermé durante un mes mientras la gente divulgaba las acusaciones de los calumniadores. Durante mi enfermedad sentí que el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, no me estaba prodigando la atención que acostumbraba darme cuando enfermaba; solo entraba, saludaba y decía: “¿Cómo está la muchacha?” Yo no supe de lo sucedido hasta que disminuyó mi enfermedad. Salí a hacer mis necesidades con Um Mistah hacia Al Manasi’; salíamos allí solo de noche antes de tener lavatorios cerca de las viviendas, estábamos como los antiguos árabes en el campo o en sus viajes. Mientras caminaba con Umm Mistah ella tropezó con sus largos vestidos y dijo: “¡Que se arruine Mistah!” Yo le dije: “¡Esta mal lo que dijiste! ¿Acaso maldices a un hombre que luchó en Bader?” Ella dijo: “¡Hey tú! ¿No has oído lo que dicen?”, y me informó sobre las calumnias en mi contra. Eso me enfermó más de lo que ya estaba. Cuando volví a mi habitación el Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, entró, saludó y dijo: “¿Cómo está la chica?” Yo le dije que me permita ir con mis padres; mi intención era confirmar la noticia con ellos. El Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, me lo permitió y fui con mis padres. Pregunté a mi madre: “¡Madre mía! ¿Qué está diciendo la gente?”; ella dijo: “¡Hijita mía! No des mucha importancia a este asunto. ¡Por Al-lah! Ninguna mujer bella que sea amada por un esposo que tiene otras mujeres, se libra de que las mujeres forjen mentiras sobre ella (y su castidad)”. Dije: “¡Glorificado sea Al-lah! ¿Esto mismo es lo que la gente dice?” Y esa noche la pasé llorando y sin conciliar el sueño”.
Continúa…